Maritza Gómez fue una de las asistentes al IV Congreso Americano de Mediación realizado en la Universidad Nacional de Colombia. Ella escribió una nota reflexiva muy especial sobre su experiencia. Gracias Maritza por compartir tus palabras con los lectores del blog.
CÓMO VIVI UN CONGRESO DE CONCILIACIÓN Y MEDIACIÓN
La semana pasada me llegó la invitación a un Congreso de Mediación que se llevaría a cabo en la Universidad Nacional de Colombia. No sé exactamente la razón pero los temas me sedujeron desde el principio y decidí que iba a asistir de forma presencial. Había también la opción de participar virtualmente pero la experiencia nunca es la misma.
Ese miércoles, me levanté temprano para llegar a tiempo. Usé Transmilenio porque me parece mucho más práctico y me conecta con la ciudad y las personas que viven en ella. Me gusta ese sentimiento de ser parte del mundo urbano, observar e imaginar historias de tantas personas que salen a trabajar, estudiar, distraerse, al médico… tantos mundos que caben en un solo bus.
Llegué a la Universidad y me encontré con un campus que siempre me ha parecido hermoso por sus contrastes. Allí encuentras la verdadera confluencia de las diversidades no solo de Bogotá sino del país.
Pregunté por el auditorio Virginia Gutiérrez de Pineda y me dijo el portero que era al final de la vía, un edificio redondo, terminé en otro donde había un evento de Geología, evidentemente no era al que yo iba. Decidí usar Google Maps y me llevó a un edificio redondo en ladrillo que estaba más atrás y un poco escondido. Me recordó la biblioteca Virgilio Barco y por supuesto a su arquitecto Rogelio Salmona. Pude ver por la ventana a un miembro de comunidad Kogui en la biblioteca.
No había muchas personas en el auditorio. El evento comenzó a tiempo, a las 9:30 en punto. Sería modalidad híbrida también para los expositores, lo que me pareció muy bueno porque de esa manera hay más oportunidades de contar con personas con agendas difíciles como el caso de algunos de los invitados al congreso.
El primer expositor, Solon Simmons, un distinguido profesor que lleva muchos años trabajando el tema de la solución de conflictos, describió su teoría Narrativa de raíz y solución de conflictos. Explicó como existen diferentes tipos de narrativas, unas que pueden llamarse maestras, como es el caso de La Biblia y otras de raíz en las que se identifica el dilema del protagonista y se llega a un final feliz o no dependiendo de si hubo resolución o no de esos conflictos. Esa construcción de narrativas nos permite poder llegar a un final romántico, trágico, cómico o satírico según la forma de ver y solucionar los conflictos. La mejor siempre será la narrativa que nos permita ver un camino y la forma como los protagonistas van salvando los obstáculos y no el presentarlo como inocentes/ enemigos o víctimas/victimarios. Por supuesto que quedé con muchas ganas de leer el libro y entrar más en esa teoría ya que mira no solo el lado racional sino emocional y de los valores humanos. Pero definitivamente lo que más me quedó de su disertación fue la expresión: “la paz es aburrida”. Eso es algo que toca todas tus fibras como persona que siempre está tratando de solucionar los conflictos propios y ajenos, pero que siendo consciente de la naturaleza humana le encuentro todo el sentido.
Posteriormente hubo un panel muy interesante en el que se habló de los retos actuales de los mediadores y conciliadores: 1. El malestar frente a la democracia, regímenes híbridos. 2. El incremento de las protestas sociales por aspectos económicos, ambientales, sociales. 3. Desconfianza interpersonal con la consiguiente polarización sicosocial. 4. Violencia directa. Algo que me llamó mucho la atención fue el que es importante en las mediaciones mantener la institucionalidad, no se trata de desconocer a las autoridades cuando se hace trabajo con las comunidades.
En el campo de la educación ir más allá del dualismo occidental, ampliar las disciplinas que intervienen a la hora de ayudar a solucionar conflictos y empoderar a las personas para que ellas mismas solucionen sus conflictos. Está comprobado que hay más índice de cumplimiento de los acuerdos que de las sentencias judiciales. En la sesión de preguntas algunos conciliadores en equidad y jueces de paz aprovecharon para manifestar cosas de su labor y sobre todo de sus necesidades y dificultades para llevarla a cabo.
A la hora del almuerzo me encontré con unos amigos también conciliadores y pudimos compartir nuestros puntos de vista que se identifican con una visión amplia de la solución de conflictos, no solo con un método o una línea sino con la necesidad de diferentes puntos de vista y aplicaciones. En el Café Nicanor pudimos comer un sándwich que ellos compraron y yo saqué de mi mochila porque lo había preparado en la mañana. Disfrutar de un buen café y por último ir a la librería donde compré el libro, Ayer termina mañana de Santiago José Sepúlveda, una novela que usando diferentes tiempos habla sobre la lucha de los pueblos indígenas que habitaron la región de Tausa, Suta y Cucunubá contra los encomenderos, extrapolado con un relato de la Bogotá moderna. Pensándolo bien, se confirma lo que dijo el profesor Simmons, nuestras narrativas son de conflictos…
Al regresar estaba terminando la presentación de María Belén Sáez de Ibarra, quien fue curadora de la exposición fotográfica “el testigo” de Jesús Abad Colorado sobre el conflicto armado colombiano. Es una persona que desde la cultura nos da otra visión del país. No había tenido tan presente que es en la cultura donde se realizan esas batallas por el significado social. Siempre había visto la cultura como algo pacífico pero no, hay muchas luchas en las voces y artes que quieren y necesitan dar sus respuestas de vida.
No pude asistir a la primera conferencia de la tarde porque debía ir a visitar a la abuelita de mis hijos quien desde hace unos días está enferma asistida 24 horas con oxígeno. De vuelta a la universidad llovió mucho y como iba caminando me mojé, sin embargo no se me pasó por la cabeza dejar de asistir a las dos últimas presentaciones.
Cuando regresé empezaba puntualmente la presentación de dos lideresas Juana Alicia Ruíz Hernández y Aurora Iglesias Lara, quienes respondiendo a las preguntas del moderador Harbey Peña, dieron testimonio de las violencias que han sufrido por parte de los diferentes actores del conflicto colombiano. La primera nos habló desde su experiencia habiendo sido abusada sexualmente cuando era una niña y luego los diferentes daños que sufrieron ella y su pueblo por parte de los paramilitares y todo el proceso de perdón que las llevaron a realizar los tejidos de paz de Mampuján ayudando de esa manera a la resignificación y redignificación de la vida en los Montes de María. Aurora por su parte, contando desde su experiencia como mujer trans que nació en un pueble de Caquetá, quien también desde pequeña conoció las consecuencia del conflicto armado y la vivencia con los diferentes actores de este. Fueron mujeres que contestaron las preguntas de Harbey de manera muy personal y valerosa. Pienso que han llegado tan lejos porque su liderazgo lo ejercen con coherencia, integridad y buscando una solución real desde el perdón y el respeto por los demás a pesar de la diferencias.
Por último, escuché al profesor Alejo Vargas contar desde su experiencia personal en contacto con los actores del conflicto armado en Colombia, que le ha apostado toda su vida a trabajar por la paz con su gran convencimiento a pesar de las dificultades que puede uno adivinar que son y han sido más graves de lo que él reconoce. Dio una clave importante para los mediadores y conciliadores, hablar directamente y no permitir que las partes puedan tener alguna sensación de parcialidad. Si uno cree que, por ejemplo en el caso de él, por haber escrito un libro sobre los militares es enemigo de la guerrilla o al contrario por haber estudiado la guerrilla es enemigo de las fuerzas armadas del estado, de entrada lo habla y deja claro que sus intenciones han sido académicas y el único fin es solucionar los conflictos. También dejó clara una frase que le dijo un integrante del Comité Internacional de la Cruz Roja hace varios años, “para hablar de paz hay que saber de guerra”.
Salí con una sensación de enriquecimiento que hace mucho no sentía. Ser consciente de este país en el que vivimos con tantas y diferentes realidades. Volví a tomar el Transmilenio y allí terminé hablando con un muchacho que me preguntó algo sobre la ruta y me contó que era de Putumayo y que trabajaba para una petrolera canadiense en el Cesar. Tenía una jornada de trabajo de quince días y quince días descansaba. Había vivido trece años en Bogotá y había estudiado ingeniería eléctrica en la Nacional. Siendo estudiante había trabajado hasta de ascensorista en unos restaurantes del centro Internacional. Ahora vivía con su esposa bogotana y dos hijos en Villa Garzón, Putumayo. Un hombre sencillo como los que conocí en Sibundoy en diciembre, con ganas de salir adelante. Se bajó en la estación de la calle 85 y yo seguí hasta la siguiente estación donde debía bajarme.
Llegué a mi apartamento y supe que ese día definitivamente me había marcado. Al día siguiente tuve la certeza que tenía que escribir mi relato, tal vez con un final ni romántico, ni trágico, definitivamente no cómico, tal vez satírico porque vivir en un país marcado por la violencia a tantas personas duele pero también se convierte en un reto para quienes sentimos la misión de ayudar en la solución de los conflictos.
Maritza Gómez